Conociendo Chile

Qué ver en Río de Janeiro más allá de las postales típicas

Posted in Blog

Ratio:  / 0
MaloBueno 

 

Hay ciudades que no se explican del todo. Ciudades que uno puede recorrer una y otra vez, y siempre parecen esconder un rincón nuevo, un ritmo distinto, una mirada renovada. Río de Janeiro es una de ellas. Puede ser que tenga que ver con su geografía desbordante o con esa mezcla inconfundible entre caos y fiesta que la recorre.

 

 

 

Lo cierto es que el magnetismo de esta ciudad brasileña no se agota en sus playas ni en las postales que ya todos conocemos. Detrás de las imágenes repetidas se esconde una experiencia que conviene tomarse con calma y con ganas de perderse un poco.

 

Recomendaciones útiles para moverse por la ciudad

 

Río de Janeiro se disfruta mejor cuando se viaja con cierta preparación, especialmente si se quiere aprovechar el tiempo al máximo y evitar contratiempos. Muchos optan por organizar todo por su cuenta, mientras que otros prefieren apoyarse en soluciones más integrales. En este último caso, los paquetes a Rio de Janeiro suelen ofrecer una alternativa cómoda: combinan vuelos, alojamiento, traslados y propuestas de actividades, lo que permite enfocarse más en el viaje y menos en la logística. Siempre es recomendable elegir operadores confiables y con experiencia en la ciudad, que puedan anticiparse a los detalles que no siempre están en las guías.

 

 

 

En cuanto a la movilidad dentro de la ciudad, es importante actuar con atención. Como en cualquier gran urbe, hay zonas y horarios que conviene evitar, especialmente de noche o en lugares poco transitados. No se trata de alarmarse, sino de estar alerta y moverse con criterio. Usar bolsos cruzados, no exhibir objetos de valor y evitar distracciones innecesarias son pequeñas acciones que ayudan a minimizar riesgos.

 

 

 

Para trayectos largos, servicios como Uber o taxis oficiales son opciones recomendadas, sobre todo si se viaja en grupo, con equipaje o en horarios poco habituales. Si bien el transporte público conecta gran parte de la ciudad, puede resultar complejo para quienes no dominan el idioma o visitan por primera vez.

 

Las mejores vistas panorámicas de la ciudad

 

Subir al Corcovado y quedarse frente al Cristo Redentor es una escena que suele repetirse entre quienes pisan Río por primera vez. Y sí, hay algo inevitable en ese gesto. Pero si hay algo que esta ciudad enseña es que las vistas se multiplican. El Pan de Azúcar, con sus dos morros conectados por teleférico, ofrece otra perspectiva igual de asombrosa: desde ahí se ve cómo los barrios se mezclan con la vegetación y el mar parece envolverlo todo. La subida puede parecer breve, pero conviene detenerse unos minutos y dejar que la vista se tome su tiempo.

 

 

 

También existe la opción de subir al Mirante Dona Marta, que no solo es gratuito sino que regala una panorámica donde conviven el Cristo, la bahía de Guanabara y la zona sur con sus playas. Si el clima acompaña y el día está despejado, la experiencia se vuelve difícil de olvidar.

 

Playas recomendadas para disfrutar del mar

Río de Janeiro no se entiende sin sus playas. Pero más allá del bronceado o del agua tibia, lo interesante es observar cómo los cariocas viven la costa. Desde temprano, Ipanema y Copacabana se llenan de vendedores, deportistas, músicos, parejas, familias y todo tipo de escenas cotidianas. Lo que en otras ciudades podría ser un simple paseo marítimo, aquí se transforma en un desfile espontáneo, donde los ritmos conviven sin apuro.

 

Para quienes prefieran algo más sereno, la playa de Leblon ofrece una atmósfera más tranquila, sin perder ese sabor local. Más al oeste, Praia do Secreto y Praia da Joatinga son ideales si la idea es alejarse un poco del circuito más transitado. Aunque para llegar haya que caminar o bajar escaleras, el premio suele ser una postal mucho más íntima del mar carioca.

 

Y si bien el plan no siempre tiene que incluir una toalla, hay rincones costeros que regalan momentos inolvidables al atardecer. Uno de los más emblemáticos es Arpoador, donde cada tarde decenas de personas se reúnen sobre las piedras para ver cómo el sol se hunde en el mar, entre aplausos y canciones improvisadas. También vale la pena llegar hasta la Pedra do Pontal, en el barrio de Recreio dos Bandeirantes: la caminata puede exigir un poco más, pero el paisaje lo compensa con creces.

Visitar la Escalera de Selarón en el barrio de Lapa

En medio del barrio de Lapa, entre bares con samba en vivo y calles que respiran historia, aparece una de las postales más inesperadas de Río: la Escadaria Selarón. No es solo una escalera decorada con azulejos de colores; es una obra que creció durante décadas gracias a la obsesión y la generosidad de su autor, el artista chileno Jorge Selarón. Cada peldaño tiene su historia, y cada fragmento de cerámica es un pequeño diálogo con el mundo.

 

Si bien puede parecer solo una parada para la foto, lo interesante es dedicarle un rato, observar los detalles y entender cómo algo tan cotidiano como una escalera puede convertirse en un símbolo de identidad.

Paseos tranquilos por el Jardín Botánico y el Parque Lage

El Jardín Botánico de Río no aparece siempre en las guías rápidas, pero es uno de esos lugares que vale la pena descubrir con tiempo. Fundado en el siglo XIX, este espacio de vegetación exuberante invita a caminar sin prisa. Las palmeras imperiales marcan el inicio de un recorrido que mezcla plantas nativas, especies exóticas y rincones casi secretos donde la ciudad parece diluirse.

 

A pocos minutos de ahí, el Parque Lage ofrece otra experiencia singular: arte, arquitectura y naturaleza en un solo lugar. Con el Cristo de fondo, este antiguo palacete reconvertido en escuela de artes visuales se convierte en un escenario perfecto para una pausa con café incluido.

 

 

Puede que uno viaje a Río buscando mar, calor y algo de samba, y termine encontrando mucho más. Hay algo en su desorden, en su forma de mezclar lo popular con lo inesperado, que termina calando hondo. No hace falta que todo salga perfecto, ni que se cumpla cada ítem de la lista. A veces basta con sentarse en una vereda, pedir un jugo de maracuyá y mirar cómo pasa la vida. Porque si hay una lección que esta ciudad parece repetir con insistencia, es que hay que dejarse sorprender, incluso cuando uno cree tenerlo todo previsto.